miércoles, abril 25, 2007

PROCLAMA DEL 24 de Abril de 2007

A continuación, y para conocimiento de quienes no pudieron acudir al Homenaje de hoy a los Héroes del 24 de Abril y a todos los Héroes Leoneses, copiamos el Manifiesto, escrito y leído por nuestro compañero Hermenegildo López, Secretario de ComunidadLeonesa.ES.

Leoneses, la patria está en peligro. Fuera los traidores

Tres años ya que desde ComunidadLeonesa.ES venimos amplificando el eco de este grito, casi atávico, en el corazón de los leoneses, aprisionado entre los jirones de venerables piedras convertidas en recuerdos, nostalgias y pálpitos;

15 años ya que un grupo de locos visionarios inaugurábamos, ante la sorpresa de muchos y la incomprensión de casi todos, amparados por el Arco de Puerta Castillo, abierto al horizonte de resonancias cántabras y bajo la protección de D. Pelayo, espada en alto, este sencillo acto de homenaje a los héroes de la Guerra de la Independencia,. Y en su nombre, justo es dejar constancia, representando a otros tantos leoneses, hoy olvidados, pero que han tejido la red que nos aprisiona en lo que somos y en lo que sentimos;

30 años ya que, en una mañana en la que León, como el resto del país, se desperezaba de una larga pesadilla, destacaba, sobre el fondo grisaceo de la rutina provinciana, una siembra de purpuradas, eso sí, aún en blanco y negro, con la frase que seguimos haciendo nuestra, pues, en efecto, “sin esperar por nadie León gritó, fuera el invasor”;

199 años ya de la constancia de unos hechos memorables, envidia para celosos compulsivos, escándalo para interpretadores bien pagados y vergüenza para medrosos y pusilánimes.
Dicen que los leoneses somos cazurros y testarudos, pero ¿acaso podríamos ser de otro modo?; ante nuestra dorada rutina y a lo largo de los años desfilan tozudos, presencias, recuerdos, centenarios y milenarios de otros tantos hechos de nuestra historia que nos inquietan y ante los que ya es imposible no tomar partido.

Cervantes, ayer recordado, escribió con acierto que “la historia es madre de la verdad”; quizá por eso, un año más, y en número creciente, prestando oídos a esa vieja madre, que por momentos, la estupidez del poder de los boletines intenta transmutar en madrastra, venimos a evocar, atentos, el grito de D. Luis de Sosa que supuso, un no tan lejano 24 de abril, el despertar de las conciencias y el principio del fin del mayor de los oprobios que puede sufrir una tierra: la pérdida de la libertad y la ocupación a manos de enemigos extranjeros.

Por eso, un año más, cumpliendo con el rito del recuerdo de unos hechos que a cualquiera de los pueblos de España llenaría de sano orgullo, venimos, en son de júbilo, a congregarnos al abrigo de este humilde pero esforzado e indómito corral de San Guisán; acaso para beber en un pasado de dignidad, tratando, seguramente, de aprender algo de aquella osada actitud, nacida, sin duda, de una conciencia colectiva de autoestima, tan alejada de actuales situaciones de servilismo que envilecen los espíritus y ahogan la dignidad.

Por eso, un año más, en esta larga cambiada al negro toro del olvido, los descendientes y herederos de aquellos esforzados y ¿por qué no decirlo? temerarios leoneses, seguimos invocando, como a milagroso amuleto, lo poco que quizá ya nos queda: el recuerdo del pasado y la admiración por los que nos precedieron. Ante ellos y ante la historia nos presentamos hoy, seguramente, un tanto confundidos y en cierto modo avergonzados por no haber sido capaces de seguir la senda que, con tanta claridad, nos había sido trazada.

Por eso estamos aquí porque no estamos dispuestos a permitir que sentimientos como el olvido, el desprecio o la ingratitud, más persistentes y destructores que el mismo polvo de los siglos lleguen a ocultar o prostituir los logros de nuestros antepasados y, con ello, a enmohecer nuestras conciencias. Renunciar al pasado es, no solo negar a los que nos han precedido y con ello nuestras propias raíces, sino que nos llevaría a ser consentidores y, por lo mismo, cómplices, de una peligrosa dinámica de enculturación con una clara renuncia a un devenir, unos usos, unas costumbres y, en suma, a una identidad heredada y con ella el sagrado deber de transmitirla.
En palabras de D. Manuel Azaña, “Una de las primeras cosas que hace en nuestro país cualquier movimiento político es cambiar incluso los nombres de las calles. Inocente manía, que parece responder a la ilusión de borrar el pasado, hasta en sus vestigios más anodinos, y apoderarse con ello del presente y del mañana...” ¡Ay, si solo fueran los nombres de las calles…! Nuestros nuevos jacobinos de medio hervor, que trafican hasta con las conciencias de los más pequeños e indefensos, pretenden emular, en materia histórica, al mismísimo caballo de Atila. ¿Cuántos de nuestros jóvenes o nuestros niños conocen los hechos que hoy evocamos? ¿Cuántos se atreverían a exhibir de nuevo aquel adhesivo que gritaba en púrpura “siéntase orgulloso de ser leonés”? El martillo pilón de una propaganda alienante cuyo resorte inapelable y monótono engrasan, curiosamente, nuestros dineros, suena insolente despótico y opresivo. Contagiado de un alarmante síndrome de Estocolmo, el pobre paleto leonés se cree sentir más instruido repitiendo, como papagayo descerebrado, huecos mensajes, vanas palabras e insulsos argumentos.

Yo os digo que no los creáis, que desconfiéis de sus afirmaciones, que receléis de sus argumentos y que os mantengáis alerta ante sus mentiras.

Cuando se acaban sus argumentos nos insultan y nos apremian a mirar al futuro; ¡pero si no hacemos otra cosa! El presente que nos ofrecen no es, ciertamente, para gritar de entusiasmo; eso sí, encararemos nuestro futuro sin renunciar a nuestro pasado, porque entendemos que no solo no es algo incompatible sino que es la única forma de enfrentarlo con garantías de éxito.
Pero, entonces, ¿qué fue lo que ocurrió realmente aquel 24 de abril de 1808 y por qué la placa que contemplamos fijada al muro refleja una fecha bien distinta? A la primera de las preguntas responde cumplidamente la octavilla que se os ha entregado; en cuanto a la segunda, los hechos, de forma resumida, se produjeron así.

Aquel 7 de junio de 1810 León estaba, de nuevo, en manos de los franceses. Algunos patriotas, reclutados para controlar los accesos a la ciudad, se habían puesto de acuerdo con un grupo de combatientes exteriores que pretendían, al amparo de las últimas sombras, liberar la vieja capital del Reino. Eran unos 60 valientes los que entraron por la puerta del Malvar, pero se enfrentaban a una guarnición francesa que les superaba claramente en número. El pueblo, sin embargo, se sumó a la refriega, enardecido y confiando en el éxito de aquella voluntariosa y comprometida empresa. Según relatan los historiadores, aquel motín supuso más una contrariedad que una ayuda y el resultado final fue que, tras varias horas de duros y encarnizados combates, los últimos combatientes cayeron, entre un fuego cruzado, en este mismo corral. La fuerza bruta había vencido, una vez más, pero aquellos valientes se habían ganado un lugar de privilegio en la historia leonesa, como lo recordará para siempre esta humilde pero sentida placa.

Esa es la historia de los hechos y no aquella otra versión interesada y ofensiva que ha llevado a ciertos personajes a calificarlos de “algarada, que el patrioterismo local se ha encargado de propagar”. Otra mentira, otra manipulación, una traición más que añadir a la ya interminable lista de agravios contra nuestra historia, nuestra lengua, nuestra cultura y nuestra identidad.
Rearmémonos de coraje, soplemos el rescoldo de nuestra autoestima y levantemos, sin miedo la voz, como aquel inolvidable 24 de abril de 1808.

Fuera, pues, los traidores, los insidiosos, los intrigantes, los desertores, los desleales, los falsos y los hipócritas. Cerrad la muralla también a los blandengues, a los timoratos, a los papanatas, a los fantoches, a los mentecatos y a los temerosos. Por la puerta del Malvar, por el compromiso en la defensa de lo que nos es propio, solo tienen entrada los valientes, los esforzados, los audaces, los atrevidos y los que siguen apostando por la utopía.

El pasado nos lo recuerda y el futuro nos lo demanda. VIVA LEÓN.

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