Nuestro amigo David Gustavo López, uno de los artífices de la recuperación del antruexu tradicional omañes, nos envía una pequeña crónica con estupendas fotos sobre la Zafarronada en Riello, que os dejamos a continuación para que podais disfrutarla.
ÉXITO DE LA ZAFARRONADA 2012, EN RIELLO
Como ya es costumbre desde la recuperación de la zafarronada omañesa en el año 1987, Riello ha celebrado con gran éxito de participación y de público la llegada de los zafarrones y de su comparsa –únicamente hemos echado en falta al novio torero-. En la plaza concurrieron también otros muchos disfraces, llamando especialmente la atención la Duquesa de Alba y su nuevo esposo, tanto por la oportunidad del tema como por la gracia del atuendo.
Riquísimas las patatas con jabalí que integraron el menú de la parte gastronómica de la fiesta.
Enhorabuena a Manuel Rodríguez y a los demás organizadores y participantes, y hasta el próximo año.
La antigua zafarronada omañesa
En tiempos pretéritos, la “zafarronada” omañesa solía iniciarse el Domingo Gordo y terminaba el Martes de Carnaval. Ya desde por la mañana del primer día, mozos y mozas organizaban una comitiva a la que se incorporaban todos los personajes tradicionales: abanderado, toro, torero, ciego y ciega, lazarillo, gitanos y gitanas y, por supuesto, los “zafarrones”, hasta cinco en algunas ocasiones. En andariega caravana recorrían algunos pueblos de Omaña para concluir en Riello. En cada lugar hacían alarde de sus habilidades y pedían algún presente para celebrar juerga y merienda. En la recuperación actual todo se desarrolla de idéntica forma, con la única diferencia de que los actos se concentran en un solo día, el Sábado Frisolero, y en un solo lugar, Riello.
Los “zafarrones” son los personajes principales de esta celebración. La descripción que de ellos hizo el padre César Morán (Datos etnográficos, 1931) sirvió de referencia a Julio Caro Baroja para completar el estudio que sobre esta figura mítica efectúa en su obra El Carnaval, donde no duda sobre la identidad de origen que “guirrios”, “zafarrones” “zamarracos” y otras figuras similares de la provincia de León mantienen con los “guirrios”, “sidros” y “zamarrones” asturianos, ni con los “irrios” y “cigarrons” gallegos, “zangarrones” y “tazarrones” zamoranos, “zomorros” vascos, etc. Todos ellos personajes antiquísimos, comunes entre los pueblos que en época prerromana ocupaban el norte de la Península, y que, probablemente, representaban a los espíritus de los muertos o a tótems familiares y se hallaban en relación con primitivos rituales protectores agrarios. Como un dato más, los vascos equiparan la palabra “zomorro” con fantasma o espíritu terrorífico.
El “zafarrón” cubre su cara con una horrible careta, negra y diabólica, hecha con piel de cabrito. El resto de su atuendo se compone de pieles de animales sobre una camisa larga y pantalones blancos, abarcas de piel, grueso cinturón y diversas correas de los que penden pequeños cencerros y grandes esquilones o zumbos, cuyo objetivo es el de hacerse notar por su ruido, tal vez, como era creencia en algunos lugares de Navarra, porque de esta manera se ahuyentaban los malos espíritus y se despertaban las energías de la tierra, adormecidas durante el invierno. Colgado al hombro lleva también un saco de ceniza que esparce por el suelo y arroja sobre los humanos.
El “toro”, al estilo habitual de todos estos antruejos, consiste en un armazón de madera y mimbre, cubierto por una sábana blanca o de color claro, en cuya parte delantera se sujeta una cabeza de madera y piel con largos cuernos. Un mozo, escondido bajo la sábana, se encarga de pujar por el bicho y de hacer las cabriolas que manda el ritual, embistiendo a las chicas y al “torero”, personaje, este último, también principal en la “zafarronada” omañesa, que viste elegantemente, “como si fuera de boda, por eso también le llamábamos el novio” decían en Riello cuando buscábamos la primera información para recuperar el Carnaval.
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