viernes, abril 24, 2009

PROCLAMA DE CARLOS - 24 DE ABRIL DE 2009

A PIE DE TRINCHERA

Sobre esta o parecidas tribunas en días como hoy donde un hito nuestro de un leonés de Vidanes con un puñado de paisanos provocó una de las primeras reacciones contra la invasión francesa, se han venido diciendo, para argumentar esa digna sublevación, todo tipo de nombres y datos. En mi ánimo, sin embargo, no buscaré la apoyatura a mi alocución en los argumentos que sostienen la festividad de este momento. Más bien emplearé el tiempo y el lugar que se me ofrece para mi pequeña sublevación, sí, para ir contra una nueva ocupación más reciente, más inesperada y hasta más dañina. Me estoy refiriendo, lógicamente, a este negro destino al que algunos alumbrados nos apuntaron o apuntalaron allá por los albores de 1983 y las desidias y torpezas que le precedieron, queriéndonos ayudar, en principio, para acabar preparándonos el sarcófago destinado a las identidades que se han querido matar prematuramente, alevosamente.

Probablemente se critiquen mis palabras en defensa de la identidad, a estas horas, dirán algunos, cuando ya tantos reveses nos llevan torciendo y empobreciendo, y ya distintas fuerzas sociales, económicas y no digamos las políticas han parecido rendirse sin haber llegado hasta el final en el objetivo, pero si algo sustantivo debe tener un pueblo, primero y antes de nada es la identidad, base y fundamento de caminos posteriores. De hecho la situación que se padece hoy en toda nuestra región leonesa, valorada en ramificaciones diversas, está claramente derivada de esta falta de sentimiento de pertenencia.

Paisanos leoneses, hoy el malestar que incomoda y perturba nuestra paz y la concordancia de nuestra simpatía de pertenencia al pueblo que nos acoge, no es transfronteriza, no es una invasión extranjera, no han sido extraños los que han venido a ocupar el lugar ya ocupado. Si cabe, esta nueva invasión, por incomprensible y quizá hermana, haya dolido más que ninguna otra. Y excluimos de este pecado a los castellanos, a los dignos castellanos que como nosotros también han sufrido la nueva y lacerante horma.

Castilla y León (me cuesta pronunciarlo porque no estoy acostumbrado), dicho así y en estos límites que se han dado, no existe, porque desde un principio fue un fraude convenientemente silenciado, cómplicemente consentido y déspotamente impuesto. Lo diga quien lo diga. Y si se buscan raíces antropológicas para agarrarse a asideros como hilos conductores en pos de una razón, se empecinarán más en su equivocación. Eso que algunos llaman hoy “Castilla y León” (además el orden no es casual), nada tiene que ver con el León y la Castilla de siglos anteriores, ni con la corona de Castilla, por supuesto. Lo que estos nuevos necios llaman de esa manera es una apropiación nominal que no les corresponde, sujeta a los límites que ellos y sus caprichos o veleidades les sugirieron, pero que no se sujetan con criterios objetivos ni históricos. Hace unos días revisaba yo prensa vieja y daba con una explicación peregrina. Escribía alguien de quien no puedo acordarme que hoy los límites de Castilla y León respondían al “territorio más castellano-leonés”. “Hoy”, escribía, ¿es que ya existía Castilla y León antes y por lo que se infiere mucho más amplia? Y yo me preguntaba que cuál sería ese territorio así denominado como unidad territorial. De todas formas si eso fuera así estaba reconociendo implícitamente que los territorios de hoy no se corresponden con los de ayer. Pero hay más. ¿Unos u otros terrenos son más legítimos o menos, más genuinos, más auténticos unos en detrimento de otros? ¿Con qué desfachatez se mide eso? ¿Cuáles y dónde están los “menos castellano-leoneses”? ¿Hasta dónde llegaba la Castilla y León de “antes”? ¿A santo de qué se pervierten los asentamientos humanos clasificando a unos y a otros como “más puros” por estar aquí y no un poco más allá? ¿Es más León la calle Ordoño que Trobajo del Camino? ¿Más leonés un maragato que otro de la Tierra de Campos? ¿Más uno de León provincia que otro de la provincia de Salamanca o de la también hermana Zamora? Yo creo que no. Radicalmente, no. Necios, aunque más que necios son simples y cortos, o en su defecto malintencionados, o quizá necesitados de escribir al dictado.

Paisanos, me ahorro decir que hay pueblos en España a los que todavía no ha llegado eso que llaman democracia. Y esos pueblos son las tierras de León y también las tierras de Castilla. Como un frontón oscuro de futuro nos levantaron un impedimento de desarrollo duro y trágico allá por 1936, y a fecha de 2009 (bien es verdad que otros perros pero con los mismos collares) algunos aún estamos intentando saber cómo saben las libertades, o cómo el Estado vía Constitución reconoce a los pueblos que le falta por reconocer.

Y nuestros dóciles políticos, todos, ¿debajo de qué mesas se hallan escondidos, como miedosos conejos, huidizos y asustados, o en qué estampida huyeron en busca de ser los primeros en alcanzar la obediencia? ¿Es que no se les cae la cara de vergüenza? La región leonesa existe, lo saben perfectamente, es legalmente real. No está abolida, y libre Dios a aquél que intente hacerlo, porque quedará estigmatizado para siempre dentro de la sociedad como un manchón negro y penoso. Recuerden si no al de Santa María del Páramo por su contribución a esta desnudez identitaria. ¿A qué raquíticas y descompuestas conclusiones llegaron para no hacer con esta región lo que con otras regiones hicieron otros? ¿Qué mano les mecía?, y eso es lo malo, si les mecía alguien y no sabían ser ni siquiera ellos mismos. ¿Qué miedos les ataban? ¿La manida salvación de España, otra vez? Hipócritas, incompetentes y hasta inconsecuentes.

Y los intelectuales, ¿a qué aulas de formación de cursillos rápidos asistieron que obraron en ellos un reciclaje pronto capaces de acomodar lo que el curso de la historia niega? ¿No hay en nuestra propia historia argumentos suficientes para tener el reconocimiento político y administrativo como pueblo diferente y diferenciado? Y hasta incluso para la constitución de un Estado con nuestros hermanos celtas. Y ahora tenemos que sus cátedras o sus diplomas o sus profesorados sólo sirven para enmarcar o para ir en ayuda y defensa de la dictadura que dicten los nuevos dictadores. A eso se le llama servicio o mayordomía en la más servicial acepción del término. Haber estudiado tanto para al fin no levantar la mente, o la inteligencia, o la capacidad integral un poco por arriba del baboseo que se dejan cada día en cada acción, haber estudiado tanto, decía, de poco les ha servido o mucho se han de limpiar si un día se quieren quitar la broza ilógica de la que se rodean y con la que se ensucian.

La sociedad leonesa, el pueblo de esta región está en una situación de desamparo y abandono por parte de casi todos. Casi que los invasores y su ejército de acólitos interno lo han conseguido. Por lo visto sólo los más humildes ciudadanos y alguna excepción de los que podríamos llamar situados en pedestales superiores de distintas ramas laborales, se mantienen en esta trinchera con sus pocas armas pero con su mucha munición de verdad y razón gritando a la justicia que la justicia se asome alguna vez. Seguiremos. Nosotros tampoco capitulamos. Entre este desierto de comprensiones y justicia legal, y entre este oasis de prepotencias y abusos, hay un pueblo, nuestro pueblo porque no tenemos más, el legítimo pueblo leonés que ha sido expuesto al olvido o a la desfiguración. Recordaremos que este negro paréntesis se abrió, se nos dijo, por razones de Estado, y cuando los presuntos peligros ya no están, entre otras cosas porque nunca estuvieron, los políticos lo asumen por haber perdido la memoria con su irresponsabilidad y caradura habituales, y los intelectuales lo bendicen no sólo con el silencio en algunos casos, sino haciéndose cómplices de participación entusiasta. A algunos, quién les ha visto y leído, y quién les ve y les lee. Tenga la sociedad civil y los aficionados a políticos y los que inicien brecha en su preparación intelectual, tengan todos aquellos en los que todavía arda el orgullo de este sentimiento de pertenencia a una tierra, llámese leonesista o simplemente leonés; tenga la sociedad, decía, la memoria bien alimentada y fresca, para que cuando le toque escoger representantes no olvide a los que olvidaron, ni a los que engañaron, ni a los que traicionaron, ni a los que prometieron, ni a los que viven utilizando al pueblo para convertirse en vividores al uso, como tantos, e ineficaces, también como tantos. Y sea también inteligente la sociedad y no se esclavice con siglas políticas. No hay nada más infiel ni actitud más torpe en la ciudadanía.

No quiero terminar con un ¡viva León! porque siempre he tenido la sensación de que decir esto acusa un presentimiento de inercia regresiva. Y no creo que las tierras de León estén en ese proceso de finitud. Más bien creo que están en el lógico letargo provocado por este nuevo narcótico de serviles al servicio, y acogotado, y apabullado y acosado por tantos y tan distintos medios y mecanismos a la mayor gloria de la imposición. Por eso mi grito tan sólo se limitará a decir: ¡Espabila, León! ¡Levántate!

Muchas gracias.

Carlos Santos de la Mota
León, 24 de Abril de 2009

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