lunes, noviembre 07, 2005

El Obispo y Puente Castro


Julio Cayón escribe en La Crónica del domingo 6 de Noviembre el siguiente artículo. Los subrayados, de frases que me parecieron bastante ilustrativas sobre el sentir de muchos leoneses (tanto seglares como religiosos) hacia su obispo, son míos. Este asunto como todos sabéis afecta a la Asociación de Vecinos ALJAMA de Puente Castro, integrada en nuestra Coordinadora a través de la Federación de Asociaciones de Vecinos "Rey Ordoño" de León.

Andaba revuelta la Diócesis de San Froilán. O, al menos, una parte de ella, un barrio humilde y muy propio de la ciudad, Puente Castro, que, hecho un griterío entonado y en madeja, decía que la iglesia y el pendón, del pueblo son. El pendón, seguro. La vieja iglesia -hoy cerrada al culto- que reclama al Obispado para uso y disfrute de la vecindad y sus asociaciones, acabará diciéndolo en un tiempo prudencial el obispo Julián, del que señala un cura de tronío y sabiduría urbana, que se mete en todos los charcos.

La revolución secular y sus consecuencias mediáticas estaba echada hasta el jueves último en la margen izquierda del Torío. Y ya no había quien la parara ni quien cruzara muros de contención. Y si, al final, a pesar de la tregua dada desde Palacio, les denegasen el recinto, no habría, tampoco, quien le pusiera freno a Puente Castro y sus gentes. En comunión y apretados como una piña de La Candamia, reclamarían el derecho a disponer de la antañona iglesia de San Pedro a sangre y fuego, dicho sea en un sentido estrictamente metafórico.

Al prelado se le había metido entre ceja y ceja que el templo lo usufructuase la comunidad greco católica asentada en León, es decir, un grupo de personas que, por encima de todo, por consideración y democracia, tiene el derecho a celebrar sus oficios litúrgicos y sus actos en la intimidad. Eso lo comprenden los vecinos de Puente Castro y el resto de los de la capital leonesa, aunque también entiendan que la caridad empieza por uno mismo.

Lo que su reverendísima no había medido hasta el jueves, como en tantas otras ocasiones le ha pasado, era la crispación que su magisterio estaba produciendo a los parroquianos de Puente Castro, sus parroquianos, los cuales, con toda la razón alegaban -y seguirán alegando- que el Obispado, dada la actual situación de crisis vocacionales, dispone de varias dependencias, muy cerquita todas ellas de donde vive el ordinario de lugar, al lado mismo, en el corazón de la capital leonesa, para dar cobijo a las ovejuelas de la Iglesia hermana.

Y es que si el obispo se empeña en deshacer una cosa para hacer otra, en irritar los ánimos de los vecinos para agradar a una minoría, en no dar con la solución adecuada para que quede claro que el que manda es él, se equivoca. Claro que manda, aunque lo incierto del asunto es que los residentes del barrio se dejaran mandar. He ahí la cuestión. Su eminencia, desde que llegó a la capital leonesa, ha tenido, en el mejor de los casos, tantos encuentros como desencuentros. Y ahora que parecía que todo estaba en calma y normalizado, que la ciudad era una balsa de aceite y un remanso de paz, tenía que surgir una nueva polémica que nunca debió producirse. Después de lo ocurrido habrá que confiar en la buena voluntad del pastor y en que el vicario episcopal de Asuntos Económicos y Sociales, Pedro Puente, también colabore. Le afecta especialmente

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